viernes, 1 de enero de 2021

Al carajo, 2020: una terapia de choque, llanura infinita

 Ya está siendo un tópico mandar a tomar por culo el 2020, decir que 'vaya telita, el año', etc. Yo no lo he dicho ni una vez..., pero mira por donde así lo voy a cerrar. 

Relive (vídeo aéreo de la ruta)

Tras una Nochevieja muy especial, en la que me cargué dos películas a cual más surrealista y desternillante ("Los hombres que miraban fijamente a las cabras" y "El Fin del Mundo"), me levanté sin mucho cuerpo de bici. De estas veces que llevas queriendo resfriarte un par de días, pero no lo consigues. Y como suele pasar, me decanté por tirarme al campo, para ver si se decidía de una vez el resfriado a atacarme o a dejarme en paz.

Afortunadamente. Porque me ha salido una ruta absolutamente maravillosa, de la que he sacado algunas conclusiones, todas ellas pre-sospechadas de mucho tiempo atrás, y algunas plenamente contrastadas. Por ejemplo, entre estas, tenemos la suerte, por aquí en el Sur de Europa, de vivir en medio, o cerca, de unos tesoros naturales y culturales que de forma cotidiana, a los gustones, nos dan la opción de quedarnos en el sentido de vida. En el de verdad.

Otra conclusión, de las pre-sospechadas, es que los mapas de Google de zonas más o menos remotas, y en el caso concreto de 'los mapas para circular en bicicleta', no sirven ni para doblarlos. Bueno, son virtuales, de modo que se entienda, también, el doblez virtual. Para tener una referencia, me descargué la ruta de Google Maps, previamente trazada por mí mediante waypoints (debí sospechar que Google tardaba demasiado poco en trazar las conexiones entre waypoints, dado lo remoto de los lugares que le sugería). Hoy estaba por echarle reaños a la ruta, y seguí adelante siempre, a pesar de los tropezones que daba con las indicaciones del track.

Total, que a media mañana me subía en la flaca, bien abrigado, que pegaba un viento norte para hacer sabañones en las orejas. Partí de Aznalcázar para bajar la ribera del Guadiamar, que se me antojaba gravelera, como el resto de la ruta (por eso la tracé). Mi idea inicial era hacer unos 70km, para que me diera tiempo a pegarme un homenaje en el almuerzo, aunque fuera tardío, a base de sofisticación culinaria de huevos fritos de corral, papas y carne trinchá y a la brasa. Pero tuve que ir buscando alternativas a las marcas de Google que me parecían sospechosas; ahora que lo pienso, mi principal rodeo se debió a una simple sospecha de las de 'ese carril está muy poco pisado, por ahí no me fío, que me pierdo y tengo que dar la vuelta'. Igual si me arriesgo tengo éxito..., o no. Y en áreas tan desiertas, el riesgo puede convertirse en excesivo si metemos la pata con el trazado.

El asunto es que apenas a unos km de empezar, llego al vado del Quema, hago la parada de rigor, y apuesto por lo seguro: una indicación de un caballista a la vaquera, de esos cuya barba cerrada es la pesadilla de Gillete, y cuya mirada te dice que 'este es mi territorio y lo mismo no sé llegar a Madrid, pero de aquí me conozco hasta los nombres de las piedras de los caminos'. En lugar de Sur-sur, me voy hacia los pinares de Aznalcázar, plagados hoy de personal dominguero. Aunque he pasado varias veces, con muchos años intercalados, siempre me sorprende la fronda, la umbría y el tamaño de los pinos; y mira que mi territorio es un pinar de 12000has. en el que también los hay grandes, también es frondoso. Bonitos cambios de rasante me marcan, creo, la mayoría de los escasos 200m. de desnivel acumulado del total de la ruta. Ojo señoras y señores: ¡¡200 metros acumulados en 102km. de ruta!! Si es más llano, hablamos de un lago; o de un océano. Lo cual hizo la ruta justo como la buscaba: un pedaleo continuo, sin descanso, que en medio de semejantes paisajes, sobrecogedores, salvajes y humanizados al mismo tiempo, le hacen a uno, sensible a los espectáculos naturales de por mí mismo, y aún más con el puto año que hemos pasado, entrar a ratos en un placentero estado de trance, en el silencio y la inmensidad de una llanura infinita, de un trazado absolutamente recto, interminable. 



 

Al llegar a la altura de Isla Mayor, veo que llevo demasiados km de desvío de la previsión inicial, y que no va a haber nada (repito, nada) entre el cruce que se avecina y, al menos otros 40km. Me decido por añadir otros 10 (ida y vuelta desde el cruce a Isla Mayor) para comer algo (me dejé el tentenpié en casa, preparado). Un café y una mierda de pastel industrial semicongelado me aportaron lo suyo, pero por si acaso cargué el maillot con dos paquetes de frutos secos Reyes, dos Kitkats y una lata de Cocacola. Lo que me cabía, y lo que supe comprar en un quiosco. De paso me di cuenta que hace demasiado que no compro nada en un quiosco. Parece ser que hoy día sólo venden basura, muy probablemente porque es lo que se vende.

El Gran Trance, la Gran Experiencia, vino desde el cruce de Isla Mayor hasta el Centro de Recepción de Visitantes José Antonio Valverde. Decenas de kilómetros, uno tras otro, en plena recta plana, con viento Norte cada vez más fuerte que, según los leves cambios de dirección del mismo (y míos), a veces venía justo de cara, y otras levemente de lado. Un esfuerzo maravilloso para el ciclista. Sentirse capaz de vencer el frío y el viento, llegar al quinto pino, o al sexto, en medio de este tesoro de tierra y agua del Suroeste del paraíso... Glups.

Durante toda la ruta, zancudas, garzas y garcetas por todas partes, todo tipo de aves rapaces (distinguí, en mis cortas entendederas, un par de águilas pescadoras y muchos aguiluchos cenizos; las otras decenas, no sé; 'águilas' grandes y chicas, por decir). Una pequeña rapaz salió de mi lado izquierdo con un ratoncillo colgando de sus garras, alejándose con esfuerzo de mí, por el peso del roedor. Una garza real despegó a mi derecha y voló contra el viento a mi lado, trabajosa, por su tamaño, para despegar, durante veinte o treinta maravillosos metros; un... ¿halcón? o similar, se asustó cuando pasé a su lado -maravillosos silencio de la bicicleta- y revoloteó en mi mismo sentido durante otros tantos, apenas a 5-7 metros de mi cara. Maravilloso. Maravilloso. Maravilloso.

Tras el punto más al Sur de la ruta, unos km después del giro a Poniente me encuentro unas extrañas ruínas, que pensando un poco, al momento, ya no eran tan extrañas. Aquí he confirmado (cuadra todo el argumentario), tan conocido por la gente que nos dedicamos a la investigación. Puta mierda.

En el Centro de Visitantes, más concretamente con la espalda contra la pared de la entrada (horario COVID de 10 a 15hs., claro) me refugié del viento y devoré un paquete de frutos secos y un Kitkat, con la ayuda de casi toda la Cocacola. Otra de las conclusiones de la ruta: jamás mezclar un resto de Cocacola (en estas latitudes y circunstancias, cada gota de líquido cuenta) con el agua del bote, porque ya no podía beber más. El resultado es horrible. Bébete la Cocacola aunque revientes. 

Unos km. más adelante, el giro es al Noreste..., pero una gran puerta corredera de reja, que parecía reciente,  corta el paso, a pesar de las indicaciones oficiales que pueden verse en las fotos. También normal, si lo pensamos un poco. Si el mantenimiento de los caminos depende de la Comunidad de Regantes, 'por aquí pasan quienes mantienen los caminos', y no todo cristo. No obstante, a esas alturas ya tenía claro que, si había que nadar, me echaba la bici a la espalda y me tiraba al agua. Así que una valla, por grande que fuera, no me iba a parar. Bueno, en este caso podía rodearse a pie con la bici al hombro y, al fin y al cabo, una bici con unas ruedas tan finitas..., en fin, me arriesgué a actuar indebidamente, sorteando la valla. Esa, y otra más adelante, buscando siempre el Noreste, que según el GPS era la dirección correcta para la vuelta.

Así fue. A última hora dudé incluso si hacer algunos km más en dirección a Pilas, para añadir decenas a la centena..., pero de nuevo arriesgué para buscar parte del tramo de la Ribera del Guadiamar que me había dejado atrás, por asumir como cierta (que lo era) la afirmación-consejo del caballista de barba de lija gorda: 'Creo que mejor cojas el camino de las hermandades, las del Aljarafe y eso'. Lo encontré y lo hice, a pesar de tener que pasar algunas porteras de ganado (...y la consiguiente duda: ¿vacas de grandes cuernos?). Máxima satisfacción.

Con apenas media hora de luz clara de margen, llegué al coche, eufórico.


domingo, 10 de mayo de 2020

Flamenco, tango y arte. Fusión.

También puede entenderse la fusión flamenca alejándonos de la metáfora de Manuel Morao ("el vino malo, avinagrao, al vino bueno, es al fusión al flamenco") creo que aquí tenemos un ejemplo de cómo dos músicas casi-étnicas pueden fundirse con 'sentido y sensibilidad' (por seguir con las metáforas).
Dos grandes, enormes, del flamenco se encargan, como es habitual en los grandes de verdad, humildemente y con un talento descomunal, de llevar esto a cabo. Jeromo Segura, maestro cantaor, consolidado y joven al mismo tiempo (con mil premios y reconocimientos a sus espaldas, Lámpara Minera entre ellos). Juan Carlos Romero, músico, productor y guitarrista global, de estilo contemporáneo. Los dos de Huelva; es importante que conste. Porque poco a poco Huelva se incorpora al flamenco, en su más amplio sentido, más allá del gran fandango local (en concreto, más allá de los más de 50 estilos de fandango contabilizados en su provincia, sin contar cantes populares aflamencados cuya raiz se pierde en la noche de los tiempos) y el 'flamenquito' de romerías y fiestas populares. A disfrutar. Gracias, maestros. Viva Huelva.

https://www.youtube.com/watch?v=0k31bY5Ykps

miércoles, 26 de diciembre de 2018

Un palo dulce

Sin levantar la vista, conforme entraron en el escenario, tablones de aglomerado, fueron directas a las sillas. Una silla flamenca tiene que ser de enea, claro. No recuerdo la presentación, ni el saludo previo, porque era agosto de 1997; demasiado para mi memoria de pez. Las recuerdo tragar saliva, arreglarse la bata flamenca tras sentarse, mirarse confirmando que llegó el momento. Morenas y guapas a rabiar, con flor en el pelo y un brazo en jarra. Vaya tela. Preparadas. Seguras, pero nerviosas. Junto a ellas un chaval sobre una guitarra clara, siempre sonriente.

Recuerdo el ambiente propio de un evento cultural de pueblo, con barra de chapa desmontable, precios escritos con rotulador sobre carteles blancos, auditorio familiar y pandilleo adolescente; todo muy ruidoso y tradicional. Normal. Hasta que una, la que parecía mayor (quizá dieciocho), empezó por tangos, con los ojos abiertos y la frente arrugada, para luego cerrarlos, como escuchándose y paladeando un par de estrofas y un par de giros que me pincharon el alma. Al guitarrista le leí un ole en los labios y sonrió abiertamente, satisfecho (años después, presentando al Maestro Jeromo Segura, aprecié lo que significaba el flamenco para él). La algarabía ambiental se transformó progresivamente en expectación silenciosa y emocionada. La gente en la barra perdía el interés por su turno y se giraba hacia el escenario, llamándose la atención unos a otros y pidiéndose, mutuamente, silencio. La otra (quizá dieciséis) enlazó la letra, llevando la música a una hondura impropia de su edad. Su voz, un punto rajada, un toque salvaje, contrastaba con la claridad y entonación pura de la de su hermana, pero las dos eran capaces de sonar como una al darse paso. Y el flamenco vino a mí. Y se hizo carne, como leí en algún libro sagrado. O escuché. Tampoco recuerdo.

Cecilia y Rocío no sabían que descubrieron para mí el flamenco. Lo presentaron en todo su esplendor y profundidad en aquel humilde y honesto escenario de pueblo. Me obligaron a luchar por reprimir el llanto de emoción, que por entonces estaba mal visto (por mí, me refiero, en mí mismo). Hoy ya me dejo llorar; a mi alrededor me miran entre extrañados y comprensivos. Empezaron a amueblar de palos y compás esa parte interior y personal, tan de uno, y que se configura con experiencias vitales, puntuales a veces, pero trascendentales. Porque aquello fue una experiencia trascendental. Las casetes de mi padre en nuestro viejo coche familiar cobraron sentido, el tamborileo de dedos dondequiera, los oles… Aquel puzle histórico y cultural se completó con las piezas que, sin saberlo, tenía en mí y a mi alrededor. Sevillaneos, ‘flamenquito’ y ratos con guitarras y amigos, dejaron paso a algo más serio y profundo. Empecé a entender e interpretar de verdad los paisajes culturales y geográficos de mi tierra, bajo la banda sonora que le es propia.

Nunca olvidaré el derroche de magia, duende, o como queramos llamar a ese fantasma, transparente pero con un cuerpo que, como el cuerpo de los vinos, se percibe, a medias, entre los sentidos y el alma mestiza y ancestral de los pueblos antiguos, humildes y cabales, como el mío. No olvidaré al guitarrista, Antonio, en su disfrute personal, tocando, acompañando y completando con felicidad desbordante aquel cuadro maravilloso. El cierre de cada copla precedía a una explosión de aplausos, a su belleza, flamencura y trapío; oles y vivas a la madre y otros familiares de las dos hermanas. Ellas tornaban, poco a poco, el gesto concentrado de la expresión artística hacia una esplendorosa sonrisa, agradecida y satisfecha. Preguntando, me enteré de que eran de Moguer, uno de los grandes pueblos flamencos de Huelva la Llana. Entendí las referencias familiares entre el auditorio.

Cada vez que las he visto cantar, observo y disfruto los gestos personales de cada una. Rocío, cuando está agusto (¿cuándo no lo está?), a menudo se aprieta tanto en bulerías que se despega del asiento, cerrando los puños con tanta fuerza que se le enrojecen las manos. Aquí no hay pose. Hay pureza, hay grandeza, hay orgullo y gallardía de mujer flamenca hasta los tuétanos. Cecilia mira con admiración a su hermana. Luego afina perfecta, mece los giros de voz y cambia de volumen, con soltura, control y capacidad, en un juego sonoro que va desde la dulzura al eco roto por el dolor en la soleá. Rocío, sin mirar, o mirando, le dice ole y jalea. Suena desde el corazón, como sólo una hermana dice ole. Y a mí me sube lo que sea desde las tripas, que me apaga el ole con un nudo en la garganta; seguramente porque lo que quiera salir es demasiado grande.

Les sigo, fiel, desde entonces, con admiración creciente y con cierta familiaridad, por los años que han pasado en la proximidad que uno siente por ellas. La vida me acercó hace poco a Cecilia, y no pude reprimirme. Haciendo de tripas corazón, expliqué como pude, ante su mirada y su sonrisa, lo que Palodulce supuso para mí. Tenía que hacerlo. Tenía que agradecer de palabra la puerta que me abrieron, el puzle que completaron, el universo antiguo al que me iniciaron. ¡Y fue ella la que me dio las gracias! No podía ser de otra manera, porque ella entiende de puertas, de vida y de universos.

Vayan estas letras en agradecimiento a las hermanas González, Palodulce de Moguer, que seguramente, con consciencia unas veces, con inmediatez y humano disfrute otras, riegan de historia, pureza, humildad y flamencura el suelo que pisan. Qué razón tenía el auditorio popular en aquella plaza de pueblo: “¡Niñas! ¡Viva la madre que os parió!”.

  Resultado de imagen de palodulce flamenco
Imágenes del primer y el último disco





miércoles, 9 de julio de 2014

¿Pitingadas? Qué maravilla.

Lo de Pitingo empezó, en las críticas, como raro. Evolucionó a flamenco, en lo que se oye por radios y televisiones. Porque óyelo en un festival, que te vas a enterar si es flamenco o no.  Y artista.
Pero en este nuevo cambio de tercio, ya...  Explosión de personalidad personal propia y de su persona. Rezuma arte y gusto diferente, y lo trasmite.

Estremecedoras las colaboraciones de los verdaderos nuevos flamencos, revolucionarios y que todos/as despertaron las mismas críticas y los mismos reconocimientos, con el tiempo. Me falta Rocío Márquez para cuadrar el círculo. Me meten a Rocío Márquez en este disco y me tiro a los conciertos como una adolescente (también últimamente con Alfredo Lagos, alias "El Manco" -qué barbaridad, qué gusto tocando; también con Manolo Herrera-). Bueno, de hecho ya lo hago. Tirarme como una adolescente a los conciertos, digo.

Las guitarras de Juan, Alfredo Lagos y Diego del Morao, cada una lo suyo. Lo del Habichuela, ¿cómo se puede ser tan clásico y tan moderno al mismo tiempo? Él y Pintingo me recuerdan a Arcángel y Miguel Ángel Cortés: pura armonía flamenca y musical. Gloria bendita.

Las colombianas con Arcángel y Estrella Morente, para qué hablar y qué decir. Modernas y maravillosas, melódicas y, cuando canta Arcángel, sobrecogedoras. Cuando canta Estrella, dulces y humanas. Un semidiós "con un piano en la garganta", como decía mi ex-alumno y amigo Fran "er pelúo".  Una diva flamenca, dulce y fiera al mismo tiempo, intérprete a lo clásico y voz de miel y canela.

Por seguir con los granadinos, Morente Chico y Soleá, tremendos, sorprendentes, sobre todo ella.

¡Sara Baras canta con los pies! Qué maravilla.

La copla a su hijo... el padre al que no se le haga un nudo en la garganta, es que no puede donar sangre. Porque no tiene, vamos. Riesgo para su vida y eso.

En fin, también están Merche (...regular, para mi gusto; aquí no la veo mucho), Dorantes (qué hay que decir de este, de bueno, que no se haya dicho ya), y la estelar de Carmen Linares, quizá de los dos o tres antiguos que marcan la aparición del nuevo flamenco (no confundir con flamenquito, por dios)

Vale los 9.95€ de iTunes. Merece la pena.

AQUÍ UN MAKING-OFF DEL DISCO Me gusta más que ESTE OTRO


sábado, 21 de junio de 2014

Equivalencias piscina - mar abierto

Comprar el Suunto Ambit2S ha marcado sin duda un antes y un después en mi actividad deportiva. Básicamente, por la maravillosa cuantificación de todo lo que hace uno en los "moves" (ya se llaman así, porque lo dice Suunto, y punto).

Estaba deseando probar el reloj en natación al aire libre. En piscina cubierta se muestra, a veces, impreciso, con márgenes de 50 metros de error cada 1200. También es verdad que en los últimos moves este error ha desaparecido; justo después de recalibrar los estilos (tiene acelerómetro y puedes "enseñarle" tus estilos de natación, de forma que detecte cuál estás practicando en cada momento).
Total, que una vez probado, y realizados tres moves en la maravillosa Ría del Piedras, me ha surgido una nueva pregunta. Pregunta originada por un palizón de 604m en una marea con coeficiente de 98.

La pregunta es: ¿cómo comparar los esfuerzos realizados en natación en mar abierto con los de piscina? Para ser sinceros, la ría es ría, no es mar abierto. Es decir, la ola es pequeña (suele serlo) y no molesta demasiado. Especialmente a las 7hs., mi hora de entreno, que no hay tráfico de barcos, causa de olas mayores, parecidas a las de mar abierto. El factor principal a considerar es el coeficiente de marea, es decir, la fuerza con la que la corriente te empuja, a favor o en contra.

El factor en contra - a favor lo he anulado, para realizar el cálculo, nadando aproximadamente la misma distancia a favor de la corriente que en contra. Y el cálculo lo realicé con los datos de un sólo move, el día de marea más fuerte de todo el mes de junio: 98 de coeficiente. Con este coeficiente, recorrí 604m en 34'. Observando las mareas del mes de junio, vi que era la máxima del mes.
Los 34' en piscina cubierta me suponen, habitualmente, 1300m de distancia recorrida. Una media con los diferentes ejercicios que practico: nada continuo, libre, estilos, series, o un mixto. Depende de lo que me apetezca. El Movescount me dice que es, más o menos, lo que recorro en 34' en piscina. 1300m.

De este modo, la razón 604/1300 (es decir, lo recorrido en piscina entre lo recorrido en mar, a misma unidad de tiempo) me ofrece un factor multiplicador de 2,15. O lo que es lo mismo, nadar en el mar, con un coeficiente mareal de 98, me supone 2,15 veces el esfuerzo de la piscina.
Buscando la misma referencia con la marea mínima de junio (coef. 45) observo que el factor multiplicador va directamente a 1, o lo que es lo mismo, que nadar en la ría con una marea de 45, haciendo la misma distancia, más o menos, a favor que en contra de la marea, equivale al esfuerzo de la piscina. Es decir, piscina y mar se equilibran (en términos de esfuerzo, para mi condición física) con un coeficiente de 45. Esto supone que, para calcular el equivalente en piscina del esfuerzo o distancia realizado en natación al aire libre, hay que multiplicar la distancia realizada por el resultado de: (COEF. DE MAREA x 2,15) / 98.

Por ejemplo, esta mañana he hecho 999m en la ría, el coeficiente era de 59 (puede buscarse en http://www.tablademareas.com). 59x2,15/98 = 1,3. 999x1,3 = 1299m.

Voy a afinar todos estos cálculos durante el verano y subiré aquí los resultados. Suplico comentarios, ahora y después.

sábado, 10 de agosto de 2013

Para entender por qué el toreo es un arte...

... Y por qué Morante de La Puebla es lo mejor que puede ser, y lo único que debería ser, un torero: artista.

Parte 1/3


Parte 2/3


Parte 3/3: "Un acuerdo artístico". "Me preocupa no saber si algún día podré vivir sin expresarme toreando".


Alamares de Pasión: LA UNIVERSALIDAD DEL AMOR



Alamares de Pasión: LA UNIVERSALIDAD DEL AMOR: Echo de menos tu estampa. Como el aire se necesita para respirar, necesito un poco de ti, de tu torería, para poder escapar del rutinario...