
No recuerdo cuándo me encontré esta foto, pero me impresionó tanto que la guardé. Enhorabuena al autor, si alguna vez llega a este espacio. Alguna vez me gustaría ser capaz de captar el alma de alguien o algo con mi cámara como usted ha hecho con la suya.
Esta entrada quiere ser un homenaje a este Juan José Padilla, torero de Jerez, de valor y de pundonor.
Hace tres ferias de Sevilla, Padilla puso la Maestranza patas arriba, y no por su toreo, sino por sus cojones. Los dos toros le salieron mansos y peligrosos, trotones, jarreosos. Los dos lo voltearon, y el segundo le pinchó; un muslo, creo recordar. Era imposible obtener trofeo alguno. Pero Padilla se levantó todas las veces, arrimándose y jugándosela todavía más que antes de ser cogido, pringadísimas de sangre, suya y del toro, taleguilla, blusa y chaquetilla. El Presidente le negó el trofeo que pedía la plaza (ojo, los sevillanos, que sólo dicen óle hasta el cuarto o quinto pase). Padilla, tras asearse en silencio, impasible a la voz tranquilizadora del aguador, y a petición del público, se fue a los medios con la cabeza gacha. En el centro, miró los tendidos, bajo la ovación del público puesto en pie, con el brazo en gesto de saludo, circular, serio, pero agradecido. Miró a la Presidencia con ira, y respeto al mismo tiempo, tragándose todo lo que podía pasarle por las ganas, después de jugarse la vida como lo hizo sucesivamente en los dos toros, y en sucesivas ocasiones. Saludó inclinando la cabeza, y volvió a sus tablas, con paso lento, cojeando un poco. Era la imagen del gladiador que había sobrevivido a la lucha. Y que habría dado gustoso un mes de baja, bien pinchado, por una oreja aquella tarde. Ese día pasó a formar parte de mi altar de toreros favoritos, y me rubricó enseñanzas que sólo la vida puede dar.
Después de leer esto, me gustaría que miraras detenidamente durante veinte o treinta segundos su foto. A mí me parece verlo encajarse la montera, acomodarse el corbatín, vestirse el capote de paseo y mirar a los compañeros y subalternos, junto a él. Después respirar hondo y, a la voz conjunta de acuerdo, caminar despacio hacia los medios, dispuesto a todo. Dispuesto a todo.