domingo, 22 de agosto de 2010
Fort William, día 6
Llego con la sensación de haber visitado sitios a los que volveré. Como la mayor parte de los lugares donde la presencia de la naturaleza en estado puro monopoliza el ambiente, estos paisajes me llaman.
Fort William, día 5
Es sábado, y tras el tute de ayer nos quedamos de compras en la "ciudad". Descubrimos una tienda de ropa y material de montaña que, esta vez sí, merecía la pena prestarle atención. De las típicas ocasiones en que uno entiende el mariposeo femenino entre las perchas de las saturantes franquicias de moda de baja calidad. En este caso, prendas de alta calidad, técnicas, y de uso específico outdoor, montañismo en sus diversos niveles, carrera a pie, campo a través o btt. Marta se queda unas zapatillas fulequip, y yo un forro polar de North Face a mitad de precio; ¡irresistible! Compramos para el almuerzo y cena que nos queda, y echamos el día alrededor de casa, paseando por la parte de abajo del canal, donde se encuentran otro par de exclusas, con todo un ecosistema propio, de peces y aves que, al no ser molestados, y alimentados por los paseantes, viven como dios por la zona. Ánades y patos frisones, de esos que en Doñana tienes que esconderte y utilizar prismáticos o telescopio electrónico (el de ver los planetas) para intentar mirarlos. Aquí te rondan, manteniendo la distancia de seguridad, solicitando las migas que les facilitan la vida. Una mamá ánades con siete u ocho pollos detrás aumentan rápidamente la distancia de seguridad respecto de mis hijas (y hacen bien) nadando con soltura hacia el centro del canal. Me pego la carrerita, en plan despedida, porque mañana se acaba este estupendo viaje.
viernes, 20 de agosto de 2010
Fort William, día 5.
Fort William, día 4.
Fort William, día 3.
Ha venido el faderinló de Francis (la casera) para ver qué le pasa al agua caliente, que no va como debe. El hombre es fontanero. Dijo que venía a las 9hs y justo a esa hora ha aparecido. Es escocés. Obviamente. Si fuera español habría aparecido por la tarde (si acaso). Hemos pasado el día en los 50km que separan Benavie de Mallaig, el puerto principal del noroeste de Gran Bretaña, con ferris a las islas. Lo de siempre. Ojalá "lo de siempre" siempre significara lo que aquí pretende. Un paisaje sobrecojedor detrás de otro, donde la presencia del hombre y su actividad no sólo no estorban, sino que a menudo lo complementan. En esta zona de océano se disputó la última batalla jacobita, con victoria propia. Y circula el mundialmente famoso tren que llevaba a Harry Potter a estudiar después de las vacaciones. Optamos por el coche, porque el día está malo, y da más libertad. El tren de marras es caro, y hace la misma vía que el tren normal. Coche. Y hemos acertado. El trayecto se hace corto, y tras varias y pintorescas paradas hemos llegado a Mallaig. Pueblo aún más pequeño de lo que imaginaba, pero con cierta actividad que le da ser estación término para el tren, y también para el Jacobite (el de Harry Potter, vamos), así como también la actividad de los ferris y su traer y llevar de vehículos y gentes a tierra firme. Tras el picnic dentro del coche (el viento y la lluvia amenazan con llevarse a las niñas a las islas sin ferri ni nada), ha habido una tregua meteorológica y hemos dado un paseo, tomado unas fotos y un café. Luego, en el camino de vuelta, hemos buscado el famoso viaducto de Glennfinan, más que nada para cumplir el ritual de fotografiarlo. Es el que sale en la segunda parte del mago preadolescente, quien lo sobrevuela con un coche, que por algo es mago (o casi) el chaval.
jueves, 19 de agosto de 2010
Fort William, día 2.
Fort William, día 1.
Desayuno tempranero para salir también con tiempo, parar y eso; considerando que las niñas se cansaran y demás. Hasta mitad del lago Ness conocíamos la carretera. Hoy mejor. Menos tráfico, con lo que da más opción a fijarse en los paisajes, que se suceden sin pausa, peleando por ser este más bonito que el anterior. Desde Fortrose hasta Fort Willian existe la posibilidad de acceder a bordo de embarcación, pues los sucesivos lagos y ríos se conectan a través de canales, los cuales disponen de sistemas de exclusas para elevar o descender los barcos, según proceda. Hemos llegado con tiempo, justo a la hora de comer. El apartamento está de maravilla, justo al lado de las exclusas del Caledonian Canal, que dan a la vera de Fort William, en Benavie. Tras sestear sin dormir, paramos en un castillo junto al canal, ruinas bien conservadas, como decía ayer, o el otro día, en un entorno marvilloso. Un reconocimiento general de Fort William y unas compras de supervivencia nos llevaron a la ducha y las piernas en alto.
Strathpeffer, día 4.
Hoy nos hemos levantado con ánimo de domingo, de paseo con un día brillante y 20 grados. En a plaza del pueblo hay una tienda de bicis que me está llamando desde que llegué, pero aún no había encontrado el momento de sumergirme en ella. Es una tienda bastante técnica, para el tamaño del pueblo del que hablamos. Square Wheels, se llama, haciendo el juego de palabras con la plaza y con las ruedas cuadradas. Al primer vistazo reconozco una bicicleta antigua, del siglo XIX; de las de una gran rueda delante (en este caso podría tener 160cm de diámetro) y una pequeña detrás. Victorian bike, le dicen aquí. Claro, es un pueblo de época y arquitectura victorianas. Junto a ella, otra similar, pero moderna, con la rueda de alante algo más pequeña pero también "victoriana". Preciosa y atractiva. No pude evitar charlar un rato con uno de los mecánicos, muy afanados, en domingo, en tareas pendientes de la semana, como ellos mismos me dijero. Ojo, domingo. Tienda abierta y ajustando Cubes y Treks, que eran las marcas que llevaban. Evidentemente, llevé el asunto a las bicis victorianas, y uno de ellos, mientras probaba un arreglo, me ofreció la victoriana pequeña para probarla. Es una sensación extraña. Como los pedales van fijos al eje delantero (es decir, no existen mecanismos de transmisión), es fácil avanzar, pero al dejar de pedalear la inercia te empuja las piernas. Este asunto, un exceso de "nervio" en el manillar (pues la máquina lleva el peso prácticamente sobre el eje delantero) y el de subirse a ella son las únicas dificultades que ofrecen estas bicis. Tiene una especie de estribo en la parte del cuadro que va a la rueda trasera, que sirve propiamente como tal. Un empujón, pie izquierdo al estribo y derecho al pedal derecho. Culo al sillín, y a rodar. Qué gozada. Aún más sencilla que una bici normal aunque, claro está, menos funcional. Tras las inevitables fotos, nos pusimos a explorar la localidad. Montones de senderos, reliquias habitadas y conservadas de arquitectura británica decimonónica, con jardines impecables, respaldados por paisajes de cuento... Localizamos una piedra con grabados datados en 1300 años, la Eagle Stone, emplazada en mitad del valle, con unas vistas espectaculares delante. Decía el cartelito explicativo que llevaba allí desde mediados del siglo XVIII, y que no se sabía si sus inscripciones conmemoraban guerras entre clanes o celebraciones celtas. Sequimos de paseo, hasta llegar a la antigua estación de tren, reconvertida en una especie de centro de ocio, con cafeterías, un pequeño museo y algún local vacío. Todo en perfecto estado de conservación. Carmén exprimió una hortiga gigante, y el exceso de llanto indicaba que estaba ya harta de andar por ahí. Compramos algo para comer en el campo y nos fuimos al bosque de más arriba, cuyo nombre quiero recordar, pero no puedo (al contrario que Cervantes). Nos plantamos frente a una pequeña charca y, sentados sobre troncos talados, nos zampamos unos cuantos bocatas que me dieron la soñalera reglamentaria; y que eliminamos dando un corto paseo entre abetos, cuyas copas apenas dejaban entrar la luz. Numerosas setas de diversas especies se encontraban por aquí y allá, y las niñas se lo pasaban bomba seleccionando piñitas para el árbol de navidad... A saber dónde llegarán las piñas. Por ahora rueda por dentro del coche. Seguimos hacia unas cascadas cercanas donde nos había dicho el casero que incluso podíamos ver salmones salvajes en el río. Vaya que si los vimos. Las cascadas y los salmones. Otra inolvidable experiencia en la exuberante naturaleza de este pais. La cascada era espectacular, pero ver saltar a los salmones (de un tamaño similar al de mi brazo) en busca de los incautos insectos que sobrevolaban la superficie, de nuevo me emocionaron. Rematamos el día con otro castillo, cuyo camino de acceso, flanqueado por árboles centenarios, finiquitaron el día. Ah, no. También nos tomamos el café en la estación antigua, y las niñas pudieron ponerse pingando de tierra y barro, persiguiéndose entre sí y dejando claro nuestra ascendencia ibérica ante la atónita y sonriente actitud de los presentes. Me dio tiempo todavia de pegarme una carrerita, cruzando un campo de golf y huyendo de la oscuridad impenetrable del bosque, que apenas me dejaba ver mis propios pies. No, nadie me dijo nada por atravesar el campo de golf. Realmente estaba buscando un sendero que se supone rodeaba el campo, pero como no lo encontré tuve que atravesarlo en las diversas direcciones que me permitía la pendiente del terreno. Esto, en España, están dentro de los supuestos de cadena perpetua: "Acceder y pisar un campo de golf sin autorización del promotor o, en su defecto, del presidente del gobierno. O del Rey. O de la Reina".
sábado, 7 de agosto de 2010
Strathpeffer, día 3
Las niñas se preparan para bailar.
Nos hemos pasado el dia contemplando las competiciones. Especialmente espectaculares las de los forzudos lanzadores de cosas, y tiradores de la cuerda. También sorprendente y muy atractiva la mezcla de categorías y sexos en las diversas carreras. La idea es “el que corra más rápido, gana”. “Mire yo es que tengo 60 años”. “Bueno, le digo que gana el que más corre”. Se nota que el interés está en la participación. A los amantes del deporte, estas cosas nos encantan. Nos devuelven a los origenes, al verdadero sentido del deporte y a los valores que compartimos, de autosuperación, autoconocimiento, convivencia y, también, competición: más alto, mas fuerte, más rápido.
Después nos volvimos a casa paseando, tirando de las niñas, que estaban muy cansadas, y de nosotros mismos. Compras de cenas, baños y ensaladas completan el día. Es aún demasiado temprano y me quedo a leer y escribir en este magnífico salón victoriano. Escuchando música ancestral, que viene, en directo, de la calle, y sintiéndome partícipe de un espectáculo histórico, sano y auténtico a pesar de los malos tiempos que corren para estas cosas.
Strathpeffer, día 2
Para acabar el día hemos paseado un rato por Inverness, capital de las Highlands. Bonita, con un canal que atraviesa la ciudad, con un par de calles centrales peatonales, iglesias góticas o georgianas. Bueno, bonito como todo esto, similar estilo arquitéctónico, aunque en el caso de las ciudades difícilmente resisten al empuje globalizador multicultural y económico: franquicias mundiales de hamburgueserías, bocadillos, tiendas de ropa y petroleras, básicamente.