domingo, 22 de agosto de 2010

Suecia: Jonkoping. Recopilación de fotos.

Ya escribiré algo. Estoy fundido.

Fort William, día 6

A las 0845 ya estábamos en el coche. El trayecto de vuelta a Edimburgo, desde Fort William, no tiene desperdicio. Desde los espectaculares valles glaciares y cimas de Glen Coe y alrededores, pasamos, hacia Stirling, por una zona de sucesión de ríos y lagos, para pasar a la campiña típica de granjas y pastos, bosquecillos de verdes fluorescentes que delimitan parcelas de amarillo oro, con la cebada por recoger, o recién recolectada. Llegamos al aeropuerto con la respetuosa horita de margen. El impacto de los 28 grados (suerte que tuvimos) al llegar a Faro nos devuelven al veraneo clásico; y a la "playita". Prefiero las de Escocia, al menos en esta época del año.

Llego con la sensación de haber visitado sitios a los que volveré. Como la mayor parte de los lugares donde la presencia de la naturaleza en estado puro monopoliza el ambiente, estos paisajes me llaman.

Fort William, día 5



Es sábado, y tras el tute de ayer nos quedamos de compras en la "ciudad". Descubrimos una tienda de ropa y material de montaña que, esta vez sí, merecía la pena prestarle atención. De las típicas ocasiones en que uno entiende el mariposeo femenino entre las perchas de las saturantes franquicias de moda de baja calidad. En este caso, prendas de alta calidad, técnicas, y de uso específico outdoor, montañismo en sus diversos niveles, carrera a pie, campo a través o btt. Marta se queda unas zapatillas fulequip, y yo un forro polar de North Face a mitad de precio; ¡irresistible! Compramos para el almuerzo y cena que nos queda, y echamos el día alrededor de casa, paseando por la parte de abajo del canal, donde se encuentran otro par de exclusas, con todo un ecosistema propio, de peces y aves que, al no ser molestados, y alimentados por los paseantes, viven como dios por la zona. Ánades y patos frisones, de esos que en Doñana tienes que esconderte y utilizar prismáticos o telescopio electrónico (el de ver los planetas) para intentar mirarlos. Aquí te rondan, manteniendo la distancia de seguridad, solicitando las migas que les facilitan la vida. Una mamá ánades con siete u ocho pollos detrás aumentan rápidamente la distancia de seguridad respecto de mis hijas (y hacen bien) nadando con soltura hacia el centro del canal. Me pego la carrerita, en plan despedida, porque mañana se acaba este estupendo viaje.

viernes, 20 de agosto de 2010

Fort William, día 5.

Puf. ¿Cómo se intenta explicar la grandiosidad de la naturaleza, y más en caliente? Difícil. Solemos, además, buscar en la radio emisoras locales, que hablan en gaélico y ponen música, también, de tipo étnico, con violines, acordeones, gaitas y voces de profunda vinculación al propio paisaje que vemos. O igual es psicológico, o condicionado por el tópico. El caso es que es una gozada. Llegando a Glenfinnan hemos decidido conducir en dirección a Lochaline, donde se toman los ferris en dirección a la Isla de Mull. La estrecha carretera sólo permitía apartarse de vez en cuando, para el ocasional encuentro con otros vehículos. Los primeros 30km bordeando la entrada del mar hacia Fort William, proporcionan nuevas perspectivas de por donde la gente suele vivir y circular. Una postal tras otra, tras una curva descubrimos un grupo de leones marinos, tranquilamente tumbados al sol, que sale y se oculta, sobre una pequeña isla a escasos cincuenta metros de la orilla en bajamar. Nos acercamos atravesando un trozo de bosque, picándonos los mosquitos, seguros de que merecía la pena. Luego no tanto, porque la vista no mejoraba mucho. Llegamos a Strontian, donde nos comemos los sandwiches y jugamos con las niñas. Siempre me agoto yo antes que ellas. Seguimos hacia Lochaline, donde se toma el ferri hacia Mull. La subida del puerto y los paisajes ofrecen, como dice Marta, paisajes propios de los puzles de 2000 piezas. Al empezar la bajada, buscando insistentemente los ciervos en la inmensidad del paisaje, conseguimos divisarlos saliendo de un bosquecillo, en dirección a un riachuelo. Manchas rojizas en la lejanía, cuyas formas se agachan ocasionalmente para mordisquear (digo yo, porque estaban lejísimos) la hierba. Tranquilidad total en el muelle del oeste, que sólo tiene algo de movimiento al llegar o partir el ferri. Cambiamos la carretera, por otra, más estrecha aún y "no apta para caravanas", como indicaba un cartel. Vuelta vía Kingairloch. Espectacular la parte oeste, antes de llegar a Clovullin, donde se toma el ferri para la carretera de Fort William, ahorrando 37 millas de trayecto (por 6.40 pounds). Justo en la bocana hay un hotelito con pub encantador y muy acogedor, donde el habitualmente mal café expreso sabe mejor; como siempre, por el entorno. En la carrerita de por la noche, junto al canal, pienso en cómo a estas horas, en España, todo el mundo (que puede y quiere) se echa a la calle, mientras que aquí, al pasar ante las ventanas de las privilegiadas viviendas junto al canal, se pueden observar las luces encendidas y los coches aparcados en las puertas. Son apenas las 20hs, aún con la misma luz que en mi país, y desde luego con temperatura más confortable.

Fort William, día 4.

Paseo por el canal hacia el norte, donde no me sorprendió demasiado ver a un tipo planteándose retos serios con su moto de trial. Este entorno es perfecto para la modalidad, y los británicos, si bien no han fructificado en otras, sí han están muy presentes y han conseguido títulos en esta. Ahora ando desconectado de la competición motociclista, pero por lo que me encuentro de vez en cuando por los canales especializados, así lo confirman. Escocia, además, alberga una prueba del campeonato del mundo, si mal no recuerdo. Pues nada, que mientras un padre y su hija, con botas de goma, recogían flores y bromeaban, el de la moto hacía cabriolas, y nosotros nos volvimos, para dar una vuelta cerquita con el coche. Después, llenar el frigorífico y relajarnos por la zona. Tanto que al ir a la ciudad casi alcanzábamos el toque de queda no impuesto de las 18hs, cuando las calles comienzan a quedar desiertas y la soledad impera donde mires. Extrañas estas cuestiones culturales. Luz de día, y apariencia de ciudad fantasma. Impone un poco, realmente. Bueno, pues a casa, briquedos con niñas y película, en español.

Fort William, día 3.

Mallaig 

 

Vacas, becerros y toros por la carretera

Panorámica de la costa, frente a Skye. ¡Tiempo de verano!

El archifamoso viaducto del Jacobite.

Ha venido el faderinló de Francis (la casera) para ver qué le pasa al agua caliente, que no va como debe. El hombre es fontanero. Dijo que venía a las 9hs y justo a esa hora ha aparecido. Es escocés. Obviamente. Si fuera español habría aparecido por la tarde (si acaso). Hemos pasado el día en los 50km que separan Benavie de Mallaig, el puerto principal del noroeste de Gran Bretaña, con ferris a las islas. Lo de siempre. Ojalá "lo de siempre" siempre significara lo que aquí pretende. Un paisaje sobrecojedor detrás de otro, donde la presencia del hombre y su actividad no sólo no estorban, sino que a menudo lo complementan. En esta zona de océano se disputó la última batalla jacobita, con victoria propia. Y circula el mundialmente famoso tren que llevaba a Harry Potter a estudiar después de las vacaciones. Optamos por el coche, porque el día está malo, y da más libertad. El tren de marras es caro, y hace la misma vía que el tren normal. Coche. Y hemos acertado. El trayecto se hace corto, y tras varias y pintorescas paradas hemos llegado a Mallaig. Pueblo aún más pequeño de lo que imaginaba, pero con cierta actividad que le da ser estación término para el tren, y también para el Jacobite (el de Harry Potter, vamos), así como también la actividad de los ferris y su traer y llevar de vehículos y gentes a tierra firme. Tras el picnic dentro del coche (el viento y la lluvia amenazan con llevarse a las niñas a las islas sin ferri ni nada), ha habido una tregua meteorológica y hemos dado un paseo, tomado unas fotos y un café. Luego, en el camino de vuelta, hemos buscado el famoso viaducto de Glennfinan, más que nada para cumplir el ritual de fotografiarlo. Es el que sale en la segunda parte del mago preadolescente, quien lo sobrevuela con un coche, que por algo es mago (o casi) el chaval.

jueves, 19 de agosto de 2010

Fort William, día 2.

Paisajes sobre el Loch Linnhe.
La mañana en High Street ha estado entretenida. Resulta que Fort William es considerada la capital del outdoor del Reino Unido, lo que implica tiendas y tiendas de ropa de montaña y de deporte, una tras otra. Poca calidad. Mucho madeinchina de calidad mínima, es decir, te quiero camelar, turista, aprovechando el tirón de mi fama como ciudad deportiva y montañera. Pero desde luego que condiciones hay. El emplazamiento de la ciudad, pequeñita, es una verdadera maravilla. Rodeada de ríos y lagos, de desfiladeros y valles glaciares en U, de fuertes pendientes y de altas montañas; y también del majestuoso Ben Nevis y su cadena de compañeros. Se trata del pico más alto del Reino Unido, con algo más de 1300m. Aunque no muy alto en sí mismo, hay que tener en cuenta que el nivel del mar está justo en su falda, por lo que la sensación de altura es mayor. Comimos fish and chips por primera vez desde que llegamos a Escocia. El haddock, que debe ser algo así como el pescado nacional, está por todas partes, restaurantes y tiendas. En esta ocasión el plato estaba bueno. La tarde la pasamos, de nuevo, de paisaje en paisaje, creyendo siempre que la vista anterior no podrá ser superada por la siguiente, y equivocándonos en esto constantemente. Hacia el sur, a escasas 20 millas, cruzamos un puente que también cruzaremos el domingo, de vuelta a Edimburgo. En lugar de al este, nos movimos hacia el este, siguiendo tranquilamente la carretera, cuyas dimensiones están pensadas para mi coche, pues camiones y autobuses me obligan a pisar la línea blanca y los diez centímetros de arcén a los que me tienen acostumbrado estos lares. Llueve, pero la gente pesca con sus nietos, monta en bici y pasea, como si la lluvia no existiera. El hábito hace al monje. Compras, baños y cenas de niñas... pero me pego la carrerita por el canal arriba, contemplando el reflejo del Ben Nevis en el espejo del agua del canal. Tras ducha y cena, rescato de las bolsas del súper una botella que... ¡oh!, me he confundido; creí haber comprado enjuague bucal y me he traído elixir escocés preadolescente que se llama... a ver... Whyte and Mackay, y que viene de Glasgow. Bueno, ya que ha llegado hasta aquí, no lo voy a despreciar, que cuando se trata de culturas diferentes uno nunca sabe si puede meter la pata y molestar.

Fort William, día 1.

En Fort William, literalmente, tiramos por la calle de enmedio.

High Street.
Inverlochy Castle.

No, no soy yo cuando joven, con flequillo.

Desayuno tempranero para salir también con tiempo, parar y eso; considerando que las niñas se cansaran y demás. Hasta mitad del lago Ness conocíamos la carretera. Hoy mejor. Menos tráfico, con lo que da más opción a fijarse en los paisajes, que se suceden sin pausa, peleando por ser este más bonito que el anterior. Desde Fortrose hasta Fort Willian existe la posibilidad de acceder a bordo de embarcación, pues los sucesivos lagos y ríos se conectan a través de canales, los cuales disponen de sistemas de exclusas para elevar o descender los barcos, según proceda. Hemos llegado con tiempo, justo a la hora de comer. El apartamento está de maravilla, justo al lado de las exclusas del Caledonian Canal, que dan a la vera de Fort William, en Benavie. Tras sestear sin dormir, paramos en un castillo junto al canal, ruinas bien conservadas, como decía ayer, o el otro día, en un entorno marvilloso. Un reconocimiento general de Fort William y unas compras de supervivencia nos llevaron a la ducha y las piernas en alto.

Strathpeffer, día 4.

Las Nosequé Falls, pasando Garve por la 835, a la derecha. Mi primera experiencia con los salmones.
Junto al laguito que comimos.

Vale, la niña es chica, pero el arbol... ver coche a la izquierda, para comparar.

Eagle Stone. Los locales no se rompieron la cabeza para el nombre (ver forma grabada, parte inferior de la stone).

Antigua estación de tren de Strathpeffer.

Update de las bicicletas victorianas.


Hoy nos hemos levantado con ánimo de domingo, de paseo con un día brillante y 20 grados. En a plaza del pueblo hay una tienda de bicis que me está llamando desde que llegué, pero aún no había encontrado el momento de sumergirme en ella. Es una tienda bastante técnica, para el tamaño del pueblo del que hablamos. Square Wheels, se llama, haciendo el juego de palabras con la plaza y con las ruedas cuadradas. Al primer vistazo reconozco una bicicleta antigua, del siglo XIX; de las de una gran rueda delante (en este caso podría tener 160cm de diámetro) y una pequeña detrás. Victorian bike, le dicen aquí. Claro, es un pueblo de época y arquitectura victorianas. Junto a ella, otra similar, pero moderna, con la rueda de alante algo más pequeña pero también "victoriana". Preciosa y atractiva. No pude evitar charlar un rato con uno de los mecánicos, muy afanados, en domingo, en tareas pendientes de la semana, como ellos mismos me dijero. Ojo, domingo. Tienda abierta y ajustando Cubes y Treks, que eran las marcas que llevaban. Evidentemente, llevé el asunto a las bicis victorianas, y uno de ellos, mientras probaba un arreglo, me ofreció la victoriana pequeña para probarla. Es una sensación extraña. Como los pedales van fijos al eje delantero (es decir, no existen mecanismos de transmisión), es fácil avanzar, pero al dejar de pedalear la inercia te empuja las piernas. Este asunto, un exceso de "nervio" en el manillar (pues la máquina lleva el peso prácticamente sobre el eje delantero) y el de subirse a ella son las únicas dificultades que ofrecen estas bicis. Tiene una especie de estribo en la parte del cuadro que va a la rueda trasera, que sirve propiamente como tal. Un empujón, pie izquierdo al estribo y derecho al pedal derecho. Culo al sillín, y a rodar. Qué gozada. Aún más sencilla que una bici normal aunque, claro está, menos funcional. Tras las inevitables fotos, nos pusimos a explorar la localidad. Montones de senderos, reliquias habitadas y conservadas de arquitectura británica decimonónica, con jardines impecables, respaldados por paisajes de cuento... Localizamos una piedra con grabados datados en 1300 años, la Eagle Stone, emplazada en mitad del valle, con unas vistas espectaculares delante. Decía el cartelito explicativo que llevaba allí desde mediados del siglo XVIII, y que no se sabía si sus inscripciones conmemoraban guerras entre clanes o celebraciones celtas. Sequimos de paseo, hasta llegar a la antigua estación de tren, reconvertida en una especie de centro de ocio, con cafeterías, un pequeño museo y algún local vacío. Todo en perfecto estado de conservación. Carmén exprimió una hortiga gigante, y el exceso de llanto indicaba que estaba ya harta de andar por ahí. Compramos algo para comer en el campo y nos fuimos al bosque de más arriba, cuyo nombre quiero recordar, pero no puedo (al contrario que Cervantes). Nos plantamos frente a una pequeña charca y, sentados sobre troncos talados, nos zampamos unos cuantos bocatas que me dieron la soñalera reglamentaria; y que eliminamos dando un corto paseo entre abetos, cuyas copas apenas dejaban entrar la luz. Numerosas setas de diversas especies se encontraban por aquí y allá, y las niñas se lo pasaban bomba seleccionando piñitas para el árbol de navidad... A saber dónde llegarán las piñas. Por ahora rueda por dentro del coche. Seguimos hacia unas cascadas cercanas donde nos había dicho el casero que incluso podíamos ver salmones salvajes en el río. Vaya que si los vimos. Las cascadas y los salmones. Otra inolvidable experiencia en la exuberante naturaleza de este pais. La cascada era espectacular, pero ver saltar a los salmones (de un tamaño similar al de mi brazo) en busca de los incautos insectos que sobrevolaban la superficie, de nuevo me emocionaron. Rematamos el día con otro castillo, cuyo camino de acceso, flanqueado por árboles centenarios, finiquitaron el día. Ah, no. También nos tomamos el café en la estación antigua, y las niñas pudieron ponerse pingando de tierra y barro, persiguiéndose entre sí y dejando claro nuestra ascendencia ibérica ante la atónita y sonriente actitud de los presentes. Me dio tiempo todavia de pegarme una carrerita, cruzando un campo de golf y huyendo de la oscuridad impenetrable del bosque, que apenas me dejaba ver mis propios pies. No, nadie me dijo nada por atravesar el campo de golf. Realmente estaba buscando un sendero que se supone rodeaba el campo, pero como no lo encontré tuve que atravesarlo en las diversas direcciones que me permitía la pendiente del terreno. Esto, en España, están dentro de los supuestos de cadena perpetua: "Acceder y pisar un campo de golf sin autorización del promotor o, en su defecto, del presidente del gobierno. O del Rey. O de la Reina".

sábado, 7 de agosto de 2010

Strathpeffer, día 3



Pues impresionantes. Desde por la mañana está la banda de gaitas, ataviados al estilo tradicional, circulando por el pueblo, sonando de maravilla. Una música que emociona por su puesta en escena, por las reacciones del auditorio autóctono y por sus claras y ancentrales raíces, comunes al pueblo escocés. Son las 2045hs, y siguen sonando por la calle.
Los Strattpeffer Highland Games se han desarrollado durante todo el día, y han consistido en la celebración de competiciones deportivas, de danza y música tradicional. Gaita, baile para gaita, carrera larga y de velocidad a pie, en bicicleta, triple salto, y salto de altura, lanzamiento de martillo, largo y corto, lanzamiento de peso, lanzamiento de un palo (de 2,5m. más o menos), que tiene que caer de una determinada forma, dificil; también competición de tirar de una cuerda, en equipos de 9, a ver quién arrastra a quién. Se llevan a cabo en un paraje imcomparable, una gran extensión de hierba corta natural, es decir, sin mantenimiento aparente, en medio de un bosque de árboles centenarios (olmos, cedros y otros que no reconozco, con troncos de varios metros e diámetro y al menos veinte de altura), verdaderos monumentos naturales. El entorno y la forma especial de desarrollarse las competiciones, entre el buen humor y los saludo de público y competidores entre sí, da al evento un ambiente inmejorable. Puestos de golosinas, sorteos, atracciones (pocas, tres o cuatro tan solo) y de comida completan la escena. A ratos la banda da una vuelta a la pista, dándole ceremoniosidad al asunto. Tanta que la misma Reina parece elegir estos juegos de vez en cuando para “mezclarse” con la gente de a pie.

Las niñas se preparan para bailar.

Nos hemos pasado el dia contemplando las competiciones. Especialmente espectaculares las de los forzudos lanzadores de cosas, y tiradores de la cuerda. También sorprendente y muy atractiva la mezcla de categorías y sexos en las diversas carreras. La idea es “el que corra más rápido, gana”. “Mire yo es que tengo 60 años”. “Bueno, le digo que gana el que más corre”. Se nota que el interés está en la participación. A los amantes del deporte, estas cosas nos encantan. Nos devuelven a los origenes, al verdadero sentido del deporte y a los valores que compartimos, de autosuperación, autoconocimiento, convivencia y, también, competición: más alto, mas fuerte, más rápido.

Después nos volvimos a casa paseando, tirando de las niñas, que estaban muy cansadas, y de nosotros mismos. Compras de cenas, baños y ensaladas completan el día. Es aún demasiado temprano y me quedo a leer y escribir en este magnífico salón victoriano. Escuchando música ancestral, que viene, en directo, de la calle, y sintiéndome partícipe de un espectáculo histórico, sano y auténtico a pesar de los malos tiempos que corren para estas cosas.

Strathpeffer, día 2

Playa en Fortrose. Juro que los niños del lugar se estaban bañando. A 13 grados.


Castillo sobre el Lago Ness. Urquhart.


Faro en Fortrose.

Hemos pasado un magnífico día de exploración por los aledaños, con el coche. Y la verdad es que, al final, nos hemos pegado un buen tute. Sin prisa, pero sin pausa. Unas 20 millas al norte, en la entrada marina hacia Inverness y el Lago Ness, hemos encontrado un faro precioso, desde el que parece que pueden avistarse, con suerte, algunas familias de delfines que se mueven por la bahía. Las playas, los núcleos pesqueros que hemos visitado, el bistro de Fortrose donde hemos comido.
Sí, al final hemos sido incapaces de tomar los horarios locales. ¿Quién coño almuerza a las 12? Y lo que es peor, ¿Quién demonios cena a las 18hs? El caso es que después de paseos por la playa, fotos de todos los tipos y a todo lo que se movía y lo que no, nos dirigimos, Lago Ness abajo (al sur) hacia el castillo de Drumnadrochit, Urquhart o algo así, ruinas sobre el lago, pero con un emplazamiento tan impresionante y bello que practicamente se agradece que estén en formato de ruina- conservada; quizá porque hacen que la imaginación trabaje más. Lo que extraña en el caso de los castillos, tan abundantes por esta zona, es que están bien conservados, dada la enorme cantidad de guerras, de toma lo tuyo y dame lo mío, que este personal tiene en sus haberes. Como máximo cada 70 u 80 años, había un cambio de algún tipo; de clan, de ejército (escocés – inglés) de país (guerras mundiales) que hace prácticamente milagroso que se mantengan medio en condiciones. Y los hay que están casi en su estado original (yo era mu chico y no me acuerdo de cómo eran hace 3, 4 o 500 años).

Para acabar el día hemos paseado un rato por Inverness, capital de las Highlands. Bonita, con un canal que atraviesa la ciudad, con un par de calles centrales peatonales, iglesias góticas o georgianas. Bueno, bonito como todo esto, similar estilo arquitéctónico, aunque en el caso de las ciudades difícilmente resisten al empuje globalizador multicultural y económico: franquicias mundiales de hamburgueserías, bocadillos, tiendas de ropa y petroleras, básicamente.

De vuelta a Strathpeffer, negativa a cena local y toma del comedor victoriano, con calentamiento de sopa y diálogo con la casera, que a poco le digas cenqs, te encaja la historia de su familia; o en este caso de los Highlands Games, que queremos ver mañana. A ver.