

Hoy nos hemos levantado con ánimo de domingo, de paseo con un día brillante y 20 grados. En a plaza del pueblo hay una tienda de bicis que me está llamando desde que llegué, pero aún no había encontrado el momento de sumergirme en ella. Es una tienda bastante técnica, para el tamaño del pueblo del que hablamos. Square Wheels, se llama, haciendo el juego de palabras con la plaza y con las ruedas cuadradas. Al primer vistazo reconozco una bicicleta antigua, del siglo XIX; de las de una gran rueda delante (en este caso podría tener 160cm de diámetro) y una pequeña detrás. Victorian bike, le dicen aquí. Claro, es un pueblo de época y arquitectura victorianas. Junto a ella, otra similar, pero moderna, con la rueda de alante algo más pequeña pero también "victoriana". Preciosa y atractiva. No pude evitar charlar un rato con uno de los mecánicos, muy afanados, en domingo, en tareas pendientes de la semana, como ellos mismos me dijero. Ojo, domingo. Tienda abierta y ajustando Cubes y Treks, que eran las marcas que llevaban. Evidentemente, llevé el asunto a las bicis victorianas, y uno de ellos, mientras probaba un arreglo, me ofreció la victoriana pequeña para probarla. Es una sensación extraña. Como los pedales van fijos al eje delantero (es decir, no existen mecanismos de transmisión), es fácil avanzar, pero al dejar de pedalear la inercia te empuja las piernas. Este asunto, un exceso de "nervio" en el manillar (pues la máquina lleva el peso prácticamente sobre el eje delantero) y el de subirse a ella son las únicas dificultades que ofrecen estas bicis. Tiene una especie de estribo en la parte del cuadro que va a la rueda trasera, que sirve propiamente como tal. Un empujón, pie izquierdo al estribo y derecho al pedal derecho. Culo al sillín, y a rodar. Qué gozada. Aún más sencilla que una bici normal aunque, claro está, menos funcional. Tras las inevitables fotos, nos pusimos a explorar la localidad. Montones de senderos, reliquias habitadas y conservadas de arquitectura británica decimonónica, con jardines impecables, respaldados por paisajes de cuento... Localizamos una piedra con grabados datados en 1300 años, la Eagle Stone, emplazada en mitad del valle, con unas vistas espectaculares delante. Decía el cartelito explicativo que llevaba allí desde mediados del siglo XVIII, y que no se sabía si sus inscripciones conmemoraban guerras entre clanes o celebraciones celtas. Sequimos de paseo, hasta llegar a la antigua estación de tren, reconvertida en una especie de centro de ocio, con cafeterías, un pequeño museo y algún local vacío. Todo en perfecto estado de conservación. Carmén exprimió una hortiga gigante, y el exceso de llanto indicaba que estaba ya harta de andar por ahí. Compramos algo para comer en el campo y nos fuimos al bosque de más arriba, cuyo nombre quiero recordar, pero no puedo (al contrario que Cervantes). Nos plantamos frente a una pequeña charca y, sentados sobre troncos talados, nos zampamos unos cuantos bocatas que me dieron la soñalera reglamentaria; y que eliminamos dando un corto paseo entre abetos, cuyas copas apenas dejaban entrar la luz. Numerosas setas de diversas especies se encontraban por aquí y allá, y las niñas se lo pasaban bomba seleccionando piñitas para el árbol de navidad... A saber dónde llegarán las piñas. Por ahora rueda por dentro del coche. Seguimos hacia unas cascadas cercanas donde nos había dicho el casero que incluso podíamos ver salmones salvajes en el río. Vaya que si los vimos. Las cascadas y los salmones. Otra inolvidable experiencia en la exuberante naturaleza de este pais. La cascada era espectacular, pero ver saltar a los salmones (de un tamaño similar al de mi brazo) en busca de los incautos insectos que sobrevolaban la superficie, de nuevo me emocionaron. Rematamos el día con otro castillo, cuyo camino de acceso, flanqueado por árboles centenarios, finiquitaron el día. Ah, no. También nos tomamos el café en la estación antigua, y las niñas pudieron ponerse pingando de tierra y barro, persiguiéndose entre sí y dejando claro nuestra ascendencia ibérica ante la atónita y sonriente actitud de los presentes. Me dio tiempo todavia de pegarme una carrerita, cruzando un campo de golf y huyendo de la oscuridad impenetrable del bosque, que apenas me dejaba ver mis propios pies. No, nadie me dijo nada por atravesar el campo de golf. Realmente estaba buscando un sendero que se supone rodeaba el campo, pero como no lo encontré tuve que atravesarlo en las diversas direcciones que me permitía la pendiente del terreno. Esto, en España, están dentro de los supuestos de cadena perpetua: "Acceder y pisar un campo de golf sin autorización del promotor o, en su defecto, del presidente del gobierno. O del Rey. O de la Reina".
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