domingo, 22 de agosto de 2010

Fort William, día 5



Es sábado, y tras el tute de ayer nos quedamos de compras en la "ciudad". Descubrimos una tienda de ropa y material de montaña que, esta vez sí, merecía la pena prestarle atención. De las típicas ocasiones en que uno entiende el mariposeo femenino entre las perchas de las saturantes franquicias de moda de baja calidad. En este caso, prendas de alta calidad, técnicas, y de uso específico outdoor, montañismo en sus diversos niveles, carrera a pie, campo a través o btt. Marta se queda unas zapatillas fulequip, y yo un forro polar de North Face a mitad de precio; ¡irresistible! Compramos para el almuerzo y cena que nos queda, y echamos el día alrededor de casa, paseando por la parte de abajo del canal, donde se encuentran otro par de exclusas, con todo un ecosistema propio, de peces y aves que, al no ser molestados, y alimentados por los paseantes, viven como dios por la zona. Ánades y patos frisones, de esos que en Doñana tienes que esconderte y utilizar prismáticos o telescopio electrónico (el de ver los planetas) para intentar mirarlos. Aquí te rondan, manteniendo la distancia de seguridad, solicitando las migas que les facilitan la vida. Una mamá ánades con siete u ocho pollos detrás aumentan rápidamente la distancia de seguridad respecto de mis hijas (y hacen bien) nadando con soltura hacia el centro del canal. Me pego la carrerita, en plan despedida, porque mañana se acaba este estupendo viaje.

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