viernes, 20 de agosto de 2010

Fort William, día 5.

Puf. ¿Cómo se intenta explicar la grandiosidad de la naturaleza, y más en caliente? Difícil. Solemos, además, buscar en la radio emisoras locales, que hablan en gaélico y ponen música, también, de tipo étnico, con violines, acordeones, gaitas y voces de profunda vinculación al propio paisaje que vemos. O igual es psicológico, o condicionado por el tópico. El caso es que es una gozada. Llegando a Glenfinnan hemos decidido conducir en dirección a Lochaline, donde se toman los ferris en dirección a la Isla de Mull. La estrecha carretera sólo permitía apartarse de vez en cuando, para el ocasional encuentro con otros vehículos. Los primeros 30km bordeando la entrada del mar hacia Fort William, proporcionan nuevas perspectivas de por donde la gente suele vivir y circular. Una postal tras otra, tras una curva descubrimos un grupo de leones marinos, tranquilamente tumbados al sol, que sale y se oculta, sobre una pequeña isla a escasos cincuenta metros de la orilla en bajamar. Nos acercamos atravesando un trozo de bosque, picándonos los mosquitos, seguros de que merecía la pena. Luego no tanto, porque la vista no mejoraba mucho. Llegamos a Strontian, donde nos comemos los sandwiches y jugamos con las niñas. Siempre me agoto yo antes que ellas. Seguimos hacia Lochaline, donde se toma el ferri hacia Mull. La subida del puerto y los paisajes ofrecen, como dice Marta, paisajes propios de los puzles de 2000 piezas. Al empezar la bajada, buscando insistentemente los ciervos en la inmensidad del paisaje, conseguimos divisarlos saliendo de un bosquecillo, en dirección a un riachuelo. Manchas rojizas en la lejanía, cuyas formas se agachan ocasionalmente para mordisquear (digo yo, porque estaban lejísimos) la hierba. Tranquilidad total en el muelle del oeste, que sólo tiene algo de movimiento al llegar o partir el ferri. Cambiamos la carretera, por otra, más estrecha aún y "no apta para caravanas", como indicaba un cartel. Vuelta vía Kingairloch. Espectacular la parte oeste, antes de llegar a Clovullin, donde se toma el ferri para la carretera de Fort William, ahorrando 37 millas de trayecto (por 6.40 pounds). Justo en la bocana hay un hotelito con pub encantador y muy acogedor, donde el habitualmente mal café expreso sabe mejor; como siempre, por el entorno. En la carrerita de por la noche, junto al canal, pienso en cómo a estas horas, en España, todo el mundo (que puede y quiere) se echa a la calle, mientras que aquí, al pasar ante las ventanas de las privilegiadas viviendas junto al canal, se pueden observar las luces encendidas y los coches aparcados en las puertas. Son apenas las 20hs, aún con la misma luz que en mi país, y desde luego con temperatura más confortable.

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