domingo, 20 de junio de 2010

O Infante panorámico





El gerente de O Infante, se ha hecho cargo hace un par de meses de una maravilla arquitectónica contemporánea, con un restaurante dentro, sobre un cerro al borde del Atlántico portugués. Barbaridad ecológica aparte (a lo hecho, pecho), Lo ha hecho bien, porque se come estupendamente a precio razonable; claro, si tenemos la habilidad de interpretar adecuadamente las cartas portuguesas. Es decir, "arroz para cuatro" se traduce al portugués como "una olla de arroz enorme donde comen las familias de las 36 viviendas de tu bloque". He aquí unas muestras gráficas. La piscina con la lámina de agua a nivel del horizonte azul atlántico es, sencillamente, divina.


Danza oriental






Bueno, pues mi legítima llegó el otro día diciendo que esa tarde había nosequé de danza en La Merced. Pues vale. Vamos. La danza no es santo de mi devoción (como ningún santo, o santa), pero como tengo mono de apuntarme a bombardeos, como en los viejos tiempos, pues me apunto.
Éxito total. Se trataba de derviches, o primos hermanos, que en danzas orientales no me he doctorado. Ni diplomado tampoco. Me gustó la humildad de los artistas, porque se trataba, sin duda, de arte. Sin ostias comerciales, ni rollos de expresividad cuasi-zen en el folleto. Cuatro bailarines de edades escalonadas, desde un chaval de unos 16, a un hombre de unos 60, salieron sucesivamente al escenario, y sobre una base de giro infinito expresaban con manos, brazos, cuello y piernas, supongo que lo que les inspiraba la música, instrumental, maravillosa, oriental, árabe, étnica. El final, con los cuatro en el escenario, vestidos con túnicas cada una de un color llamativo, consiguieron hacer desaparecer al intérprete, para que la música adornara los colores, y viceversa. Espectacular y sobrecogedor.
En el marco incomparable de uno de los mejores edificios patrimoniales de Huelva, a ratos el giro constante lo sacaba a uno de allí hacia no sé dónde. Pude entender que los derviches alcancen trances profundos cuando bailan.

Bartolineando



Tenía cosas pendientes para el blog. Milagro, me han dejado una hora (con interrupciones intermitentes) para publicar algunas de ellas.
Pues hace un par de semanas tuve el honor de hacer unos kilómetros de btt con personal bartolino, es decir, de mi patria chica (o una de ellas, la más importante). Como no podía ser menos, magnífico ratico.
Juan, como siempre, no había entrenado nada y apenas podía mantener los 30 km/h sobre la arena, que ya apunta maneras veraniegas en el pinar. Domingo, que hacía dos semanas rodábamos a la par, ahora ya había que engancharle la bolsa de piedras para reducir las ventajas físicas. Pedro, que igual pega tiros que monta en bici, pedaleando al más puro estilo bartolino; un sitio donde, si de lo que se trata es de pedalear, no se para hasta llegar a la frontera... del Sáhara Occidental. Y si de lo que se trata es de pegar tiros, hay que comprar dos palés de cartuchos cada fin de semana. Antonio ya me acusaba de tenderle una trampa. Bueno, al final todos salimos bien parados. Se repetirá.

Inversión verde


La verdad es que, con esta manía que me persigue de la reducción del impacto ambiental (en lo que las estructuras sociales le permiten a uno), me siento muy feliz cuando subo a mis hijas en mi última inversión en tecnología verde. Antigua, pero verde al fin y al cabo.
Y me doy una vuelta por urbanizaciones poco transitadas, sintiéndome un europeo cualquiera (del norte), de una ciudad donde la gente se mueve en bicicleta, donde hay un tranvía, trolebús o autobús en la parada cada tres minutos. Quizá sea de las pocas cosas que les envidio a los norteños.
Me invento una excusa, como ir a comprar cualquier pamplina (tipo el pan, el periódico...), o a merendar con las niñas, para así tener un sitio hacia el que transportar a mis hijas con otro medio que no sea el coche.
Cuando llego a la ciudad, me despierto del sueño, en medio de un urbanismo pensado para el coche, y también para que las bicicletas y los carriles bici sean un estorbo, o una foto para el periódico, o una línea ancha pintada en el suelo de la acera, o un argumento político en las próximas elecciones, o un sitio donde dejar el coche un momento sin que estorbe a otros coches, o donde dejar la moto para subir la pizza, o donde aparcar los contenedores de basura...

Belleza



Como saben mis seguidores, escasos pero de categoría sin igual, soy amante de los valores puros. Quizá como casi todo el mundo, aunque no lo sepamos. Creo.
La belleza es un valor puro, y no es fácil encontrar ejemplos claros, fuera del ámbito de la Naturaleza, obviamente. He aquí uno de esos ejemplos, creados por la mano del hombre. Armonía de formas, curvas y rectas, blancos, negros y cromados. Eterna. Máquina revolucionaria en su tiempo, cuando igual servía para cargar leña, sacos de pienso o balas de heno, que culos de soldados nazis.
Vi una igual en Carmona (también armónica y eterna; Carmona, digo), he de tener la foto por ahí. Cuando la encuentre la muestro.