domingo, 20 de junio de 2010

Inversión verde


La verdad es que, con esta manía que me persigue de la reducción del impacto ambiental (en lo que las estructuras sociales le permiten a uno), me siento muy feliz cuando subo a mis hijas en mi última inversión en tecnología verde. Antigua, pero verde al fin y al cabo.
Y me doy una vuelta por urbanizaciones poco transitadas, sintiéndome un europeo cualquiera (del norte), de una ciudad donde la gente se mueve en bicicleta, donde hay un tranvía, trolebús o autobús en la parada cada tres minutos. Quizá sea de las pocas cosas que les envidio a los norteños.
Me invento una excusa, como ir a comprar cualquier pamplina (tipo el pan, el periódico...), o a merendar con las niñas, para así tener un sitio hacia el que transportar a mis hijas con otro medio que no sea el coche.
Cuando llego a la ciudad, me despierto del sueño, en medio de un urbanismo pensado para el coche, y también para que las bicicletas y los carriles bici sean un estorbo, o una foto para el periódico, o una línea ancha pintada en el suelo de la acera, o un argumento político en las próximas elecciones, o un sitio donde dejar el coche un momento sin que estorbe a otros coches, o donde dejar la moto para subir la pizza, o donde aparcar los contenedores de basura...

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