domingo, 20 de junio de 2010

Danza oriental






Bueno, pues mi legítima llegó el otro día diciendo que esa tarde había nosequé de danza en La Merced. Pues vale. Vamos. La danza no es santo de mi devoción (como ningún santo, o santa), pero como tengo mono de apuntarme a bombardeos, como en los viejos tiempos, pues me apunto.
Éxito total. Se trataba de derviches, o primos hermanos, que en danzas orientales no me he doctorado. Ni diplomado tampoco. Me gustó la humildad de los artistas, porque se trataba, sin duda, de arte. Sin ostias comerciales, ni rollos de expresividad cuasi-zen en el folleto. Cuatro bailarines de edades escalonadas, desde un chaval de unos 16, a un hombre de unos 60, salieron sucesivamente al escenario, y sobre una base de giro infinito expresaban con manos, brazos, cuello y piernas, supongo que lo que les inspiraba la música, instrumental, maravillosa, oriental, árabe, étnica. El final, con los cuatro en el escenario, vestidos con túnicas cada una de un color llamativo, consiguieron hacer desaparecer al intérprete, para que la música adornara los colores, y viceversa. Espectacular y sobrecogedor.
En el marco incomparable de uno de los mejores edificios patrimoniales de Huelva, a ratos el giro constante lo sacaba a uno de allí hacia no sé dónde. Pude entender que los derviches alcancen trances profundos cuando bailan.

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