Había pasado mil veces por delante. Sabía que, antes o después, iba a entrar. El mismo estado anímico que cuando, con 15 años, un imbécil de la clase superior te toca las narices sistemáticamente y sabes que, antes o después, os tendréis que medir como lo hacen los adolescentes en defensa de su yo y su imagen pública.
Mejor antes que después, hoy domingo pasaba temprano, y he entrado en el Bergfriedhof de Rocherbach, donde se encuentra enterrada una proporción indebida de la sabiduría europea de varios siglos atrás. Todos aquellas ilustrísimas personas bajo tierra, con sus ilustres cerebros devorados por los gusanos, a cualquiera con capacidad de reflexión (cada vez menos frecuente, me da la impresión) le hace reflexionar, de nuevo, sobre los grandes asuntos que han preocupado a nuestra especie, y para cuyas respuestas se han inventado tantos sistemas.
Seguí las instrucciones de los mapas que, parece, quieren orientar a los elementos como yo. Después de mas de media hora paseando por el interminable, inclinado y frondoso laberinto de calles y caminos flanqueados por tumbas, lo encontré. "Así que era cierto, está muerto", pensé, de esa manera en que piensa uno a veces las cosas, que no tiene que ver con el raciocinio, sino con un impulso más parecido al "ello" freudiano; que sale de dentro sin tener mucha explicación, pero que sólo se explica como el resultado de años (décadas, según la edad de uno) de relaciones sociales. Después de varios minutos petrificado, literalmente, reaccioné. "Tengo que inmortalizar este momento", pensé de nuevo, esta vez con la muerte ya inundándome la cabeza, casi sonando a mar contra acantilado, visto de cerca, donde te salpica.
Después del sentimiento, tan familiar cuando la muerte está cerca (en cualquier sentido), del "no somos nada", me sorprendí a mí mismo encontrando razones de vida incluso después de vivir. A los pies de su tumba había otras cuatro, todas con el mismo apellido, y en el mismo pedestal se inscribía el nombre de su mujer. Me invadió una ternura casi insoportable con la muerte de por medio. Busqué en internet el significado de la inscripción en alemán del lateral: "Nunca nos veremos cara a cara"... "¿Es a mí? Joder, tenía que ser a mí o, lo que es peor, a todos los que llegaran. La inscripción se mereció otro rato de reflexión, como cualquiera puede imaginar.
Tras un rato pensando en mis muertos, con la tan familiar mezcla de tristeza y ternura, y cuando pasó el rato de aplastamiento por la también casi insoportable y obvia levedad del ser (que diría -supongo- Nietsche, y luego dijo, seguro, Kundera), de nuevo, y como siempre, la vida se abrió paso con su estruendo, empujando a los fantasmas, con el mismo sonido del mar contra el acantilado, que no te deja oír a quien te habla de cerca. La conditorei de la esquina de mi plaza favorita estaba abierta. Me acordé del dicho tradicional, también tan sabio, "el muerto al hoyo, y el vivo al bollo". Literalmente.