Tengo días de optimismo exacerbado. Este fin de semana ha sido de esos.
Con la moto por la frontera, descubro estas salinas, que seguro se enclavan en un paraje que no ha cambiado de uso en los últimos dos o tres siglos (como mínimo). Una actividad económica sostenible, de bajo (o nulo) impacto ambiental, y seguro que incrementando su valor al mismo tiempo que la sublimación del gusto en los restaurantes donde se pudiera vender una "flor de sal" a precio de azafrán persa.
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