Antonio se encarnó en un extraño ángel caído del cielo, y me rescató para el mano a mano Juli - Manzanares en Colombinas, al que previamente Pepe Luis, mi compadre, me había provocado, cerrando el círculo. Aunque los toros fueron horrorosos, pequeños y sin casta, se pudo escapar el primero, por presentación y nobleza, aunque sin fuerza, y el último. A este, Manzanares le sacó lo que tenía, con profesionalidad y, a momentos, arte. Tras la euforia propia del rato en la plaza, siempre magnífico y mágico, me quedaba la duda de si Manzanares podía haberse apretado más en los anteriores, de si estos toros se elegían para esta plaza, más allá de la honestidad que puede esperarse para con quienes pagan precios absurdos, tratándose de este nuestro coso onubense.
Plaza de La Merced, Huelva
El Juli pareció emplearse a fondo, con el formato propio del torero profesional y cumplidor, arrimones incluidos, que hacen que el aire te llegue con dificultad a los pulmones. Bueno, funciona, porque la gente aplaude, pero arte, arte… no es. Un mal gesto el de El Juli, dejando agonizar varios minutos al segundo de su lote, cuartos traseros pegados a tablas. Esto, desde luego, no es arte. Desde luego que muchos discutirán si es arte o no esto de las corridas de toros. Aquí me confieso irreflexivo: a pesar de reconocer el sufrimiento de los animales, y que a los taurinos puedan definirnos como salvajes, no me puedo resistir al espectáculo tradicional, estético y artístico. El día antes vi a Perera en la Plaza de Las Monjas dar un par de pases de salón. Cuando dobla la cintura, adelanta una pierna y pasea el capote lento… hace un viento que me levanta los pelos de los brazos.

Total, que al día siguiente la profecía se cumplió, y ahí estaban los cuatro maromos a las 10 de la mañana (la corrida en El Puerto era a las 1930hs), en prevísión de malos toros, o adelantando buenos ratos; se dieron ambos casos. A la altura de Niebla, mi memoria, condicionada por la excitación de la salida taurina y culinaria, me vino a recordar que para entrar a la plaza eran imprescindibles las entradas… que me había dejado en casa. Como dice Pepe Luis, "papa patrás".

Solomillo de vaca cántabra con foie, relleno de setas
Plaza de El Puerto de Santa María, Cádiz.
La plaza de toros de El Puerto de Santa María siempre me ha parecido preciosa, escultural y antigua. La parte más cercana a la tierra es de piedra, mientras que el añadido superior es de hierro forjado y obra. Creo que es el ruedo más grande de España, seguro que como mínimo entre los dos o tres más grandes, y los toreros y aficionados la respetan como un sitio donde se entiende de toros y hay que dar la talla. Sentarse en su sombra y verla llenarse poco a poco, con bullicio creciente, es en sí mismo un espectáculo. Un auténtico placer y un privilegio sentirse en medio de una tradición de siglos, tan vinculada al campo, a la naturaleza, al pueblo..., y también al desafío a la muerte, al reto del ser humano a esta parte de la vida.
El paseíllo despliega la estética inicial. El ritual de comenzar a andar sobre el albero ha mostrado todo un abanico de muletillas y gestos supersticiosos, también cristianos, entre los maestros y sus cuadrillas. Los maestros con gesto serio, especialmente Morante de La Puebla, heredero de una tradición artística y bohemia que se expresa en cada movimiento, en cada detalle de su eucaristía particular. Se dice que hay dos tipos de toreros: los artistas y los otros. Los artistas necesitan toros bravos, nobles y entregados. Los otros muestran su profesión con casi cualquier tipo de toro, como demostró Manzanares, y también el Juli... pero tienen menos capacidad de conmocionar y de expresar lo que el toreo, a mi entender, es: un arte popular. El amante del toreo ante los elementos relacionados con el toreo, se conmueve al modo del amante de la pintura ante los elementos relacionados con ella.


Con la tristeza del final, desalojamos..., y al desalojo le sigue el hambre; y la sed. Primera estación de penitencia. Observando la siguiente serie de fotos, pinta como Resacón en Las Vegas, a la andaluza.
Sí, es el maestro Manzanares. Los otros, maestros de otras cosas.
Vamos a echar el café en Puerto Sherry, dijo alguien. Con el abandono propio del que está a gusto, nos dejamos llevar y caímos de esta guisa ante el paisaje que puede observarse. El problema sería, seguro, levantarse.
La motivación la encontramos en la relativa proximidad de Umbrete y Casa Rufino, templo del buen comer y de la buena relación calidad/precio en el Aljarafe sevillano. Ocupamos nuestros asientos en el rincón que nos correspondía de este establecimiento con ambiente cofrade. Obsérvese el gesto de tiesos de todos los componentes... salvo del que asoma la cabeza al final del plano, cuya sonrisa es indeleble.
Ya de vuelta, las horas indecentes, y la temperatura más. Las consecuencias para el pasaje, desastrosas.
La propuesta que me llegó al teléfono al día siguiente: tatuaje baratito e indoloro de Morante de La Puebla. Estoy a la espera de recibir la dirección del tatuador.
El par de días acabaron como era de esperar y desear: inmejorable compañía, agujetas abdominales de reír, comer y beber, y con nuevos proyectos para la Feria de San Miguel o cualquiera otra más propia de los bolsillos de clase media. Compañeros, enhorabuena y gracias por los ratos. Somos ricos, no importa lo que digan nuestras cuentas bancarias.
Soberbio Andrés!!!!!....una crónica propia de un literato de gran Exito.
ResponderEliminarUn abrazo.