Se trata de la última experiencia de autorealización llevada a cabo el viernes pasado, en la inestimable compañía de Emilio, tan majareta por todo lo que suene, huela o, en general, se parezca a un rato en la naturaleza, con cierta dosis de aventura.
Pues ahí que Emilio me recoge en el aeropuerto de Sevilla, y me presta un quita-multas para la cabeza que me va jalando del pescuezo hasta El Puerto de Santa María, donde recogemos mi moto del taller. La primera visita no programada de mi máquina a su casa, que me deja el bolsillo maltrecho. Esto, al anochecer, ya me traía sin cuidado, pareciéndome la mejor inversión de mi vida.





Bueno, la euforia (y la falta de previsión) me hizo despistarme en un asunto que podría haber sido importante, pero que al final le vino a añadir más dosis de aventura al asunto. El gps que tengo no dispone de iluminación propia, por lo que cuando llegó la noche, mi gps interior (bueno, las mujeres tienen un sexto sentido y yo tengo un gps interior, ¿¡qué pasa!?) fue orientándonos. Eso y el reflejo ocasional del Guadalquivir, que mostraba un poco de cielo de vez en cuando, en alguna curva, antes de anochecer del todo.

Uno de mis terrores ocultos, los mosquitos, hicieron su aparición justo después de que Emilio dijera algo al respecto de su ausencia. De pronto, teníamos la sensación de que nos echaban cubos de agua por encima, pero se trataba de nubes de mosquitos (sí, de los que pican; ¡ni en la peor de mis pesadillas!) que rompíamos con nuestro avance. Mosquitos y bichos en general, valientes. Eran capaces de escalar poco a poco hasta casi el oído interno, obligándonos a parar para desalojar con malos modos de insectos los pabellones auditivos.
Poco después alcanzamos un tramo que al final resultó ser erróneo. El carril se ensenchaba, la luz larga puesta y buen piso. Casi 120km/h con total estabilidad. Alucinando. Un momento después estábamos esquivando polluelos... de alguna especie de pato, quise reconocer. "¿¿Lo he matado??", preguntó Emilio con angustia. Negativo. Los esquivamos, pero también redujimos la marcha, porque no debe hacer ninguna gracia cargar en la conciencia el homicidio de un bebé de especie protegida.


Le pedí a Emilio que se parase en el primer garito abierto, y así lo hizo. Alucinante. En el vídeo no se ve nada, pero allí se veía menos aún. Bar El Peregrino. Los Chichos a toda pastilla, nadie a quien molestar alrededor, parking de tierra y polvo improvisado en la parcela vecina, dos cervezas, montaditos de melva y un aliño de pulpo (no era Paul, creo), con la textura del neumático usado que cambié hace meses; todo esto dibujó un extraño paraíso, final de una de las mejores tardes de moto que recuerdo en los últimos años. Las sensaciones finales, en la autopista en dirección a casa, eran las del motero de condición, que recordaba con nostalgia tiempos en los que las obligaciones se reducían a los horarios de trabajo o estudio, y que la exploración de lo que la vida podía ofrecerle era un estado existencial. Pero todo tiene su tiempo, y estos ratos se exprimen y saborean ahora más de lo que antes lo hacíamos. Vendrán otros. Seguro. Porque los buscamos.
Amos a ver, sendos pardillos. ¿Habéis pedido la autorización pertinente al sr. vicedecano para proceder al desplazamiento prolongado de parte del personal colaborador de la experiencia piloto de Trabajo Social? Es más: ¿disponíais del formulario A-112 y del impreso C-115? ¿Habéis tramitado las correspondientes comisiones de servicio para transporte biplaza? En fin, puede pasar por esta vez. Pero sólo por esta vez.
ResponderEliminarjefe, no puedes comparar el sexto sentido femenino con tu gps interior,vamos fue pura casualidad que llegárais bien al sitio.
ResponderEliminarJoer, el vicedecano nos ha trincao. Tan solo cumplimentamos el P001 y el 1X2.
ResponderEliminarQuerida X, aunque mi gps genético está un poco oxidado por reducida frecuencia de uso, funciona tan perfectamente como el sexto sentido femenino. Bueno, también pudo haber algo de suerte, porque el lugareño de la nevera hablaba un dialecto que pudimos entender, los mosquitos nos dejaron sangre suficiente para reponer en El Peregrino, no rompimos la suspensión en los agujeros del camino... En fin, de todo hubo