Magnífica tarde de Feria en Sanlúcar. Escasez de pijerío y abundante gente de campo en los tendidos, con lo cual ya el sentir inicial, positivo. Esto viene a significar, más o menos, que el respetable sabía del asunto de primera mano y asistía, en general, por afición, y no por el exuberante precio de las entradas y por dejarse ver entre la habitualmente patética, vacía y traicionera yetsete.
Toros muy flojos, como viene siendo habitual; tanto que los tres primeros, en los primeros compases, mostraron sus pezuñas al cielo, como queriendo señalar la luna, que iba asomando ya a las ocho de la tarde (quizá enamorados de la luna, como en la canción). No obstante, muy nobles y muy bravos, lo que salvó la tarde, porque los tres maestros cumplieron de más.
Nada más empezar, Ponce se coronó con un faenón de trabajo, dándole al toro el pulmón que parecía faltarle, sin perder lo más mínimo su torería y empaque. Con tardes de estas uno se da cuenta de porqué a un torero, los de alrededor, le dicen maestro. Aunque también es verdad que hay toreros que enseñan muy poco.
Morante de La Puebla... En fin, los primeros siete capotazos mostraron su encaste andaluz y artista. Sublime, torerísimo, emocionante como ninguno (quizá José Tomás, Castella...). Con la muleta brindó también algunos naturales de los que al aficionado nunca se le olvidan, y que siempre comenta en la copa pos-corrida.
El Juli, técnico como siempre, arrimándose suplió lo que le faltaba a sus astados, y en un par de ocasiones se ganó un sobrecogedor silencio del par de miles de personas que asistimos a sus arrimones.
Saliendo por la puerta de la plaza, el ambientazo de feria me hizo meterme en el coche a regañadientes, con la afirmación lapidaria de Terminator: volveré.
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